martes, 25 de diciembre de 2012

Blanca melancolía


Triste estás en tu tierna morada
fría, solitaria, calma y
 avergonzada.

Miras desde lo alto
mientras te cubres con tu sabana de estrellas,
mientras coqueteas suave
con los sueños de las aves.

Tu nombre huele a melancolía
y caes dulcemente sobre tristes,
oscuras y modestas flores,
soñolientas flores,
fragantes en su eterno amor
a ese insensato sol
que por morder unas migajas de mar
te ha dejado sola en tu odisea.

Es ese mar, que te ama
y se mece al son de tus latidos,
que mueve sus anchas caderas
bordeando y codeando
las costas húmedas
de la raza sin nombre,
la raza que te conoce en vela,
que te idolatra sin piel.

Tu ropa, blanca como la nieve
cae sedosa por el atardecer
y se enreda frágil
en las agrietadas manos de la cordillera,
esa que abultada y prepotente
te deja olvidada,
abandonada y desvestida
en garras de legañosos deseos
de impares despertares.

Tu mirada impalpable,
recorre los prados con soledad
vagando nebulosamente
 por las espigas sin nombre,
por las pupilas insensatas
de aquellos amantes
que separados por el olvido
esperan algún día
poder disfrutarte, mirarte
y besarse.

Eres incomprendida,
juzgada sin guante,
repelida sin soplo…

Sólo pocos veteranos nenúfares
se deleitan con tu paz
y disfrutan nocturnamente
de tu compañía,
agradeciendo que tu dulce voz
guíe desinteresadamente
sus barbas a la madrugada.

Sólo pocas melodías
guitarrean tu danza diaria
y se dejan llevar por tu aliento pálido
que en una noche del doce del ciclo
se acompaña puntualmente
del gigante sin aro
que segunda a la inmensa
y celosa estrella madre.


GAMO