Tras mi morada viven
un arrecife de
inequidades,
unos cuantos perros
guachos,
un kilo de harina
húmeda
y los ojos inocentes
de una niña que llora.
Suelo invitar a
opíparos festines
y les alegro la vida
a unos cuantos nenúfrares
que buscan la incandescencia
del saber
y se arrugan cuando
me ven comer
De la actualidad ya
casi no conozco
mis dedos pedregosos
y negruzcos
sólo hojean titulares
amarillentos
en busca de ropajes
extravagantes,
pues me considero un
hombre de lujos.
Y de lujos creo vivir
cada día,
mis brillosas rodillas,
acanaladas de tiza y barro…mierda!
si, otra vez la Paloma
se puso mis zapatos
y se fue caminando
hacia la esquina
donde trabajaba mi
madre
Recapitulando sobre
mis lujos,
sobrio y acompañado
viví mis años mozos
los deletreaba con
gusto a chicha y sexo,
del bueno, de ese que
no se paga
pero se agota y a
veces
atraganta.
Solía coger con mis
manos tibias
rosas rojas verdes
para acompañar el
perfume de sus días
que evocaban en mi
esa sensación pútrida
de saber que lo hago
por instinto y no por amor
Más mi madre,
rubia por gracia y
negra por clase,
siempre me cantaba
cuando temprano a la mañana llegaba,
“cuando lo sientes en
el pecho, guarda pronto la billetera”
de ahí, ya no tengo
billetera.
Tal vez por esa zona heterogénea
que buscamos,
y que mi madre bien
conocía,
es que nos drogamos
en formas inexistentes
que burlan aquellos
parajes idílicos
mencionados sólo en
las historietas
con las que suelo
secar mis pies
después de la lluvia.
Y otra vez la Paloma…
A ella la conozco de
cuando empecé, ruin y oligarca
la construcción de mi
mansión,
siempre acude
cantando herejías a mí
para saciar su sed de
justicia
que se le atrapa en
su pata coja
pérdida por caminar
entre grasa de carreta.
Me persigue durante
el sol
vuela junto conmigo,
robando bolsas y peniques
y a la noche, cuando
enciendo la chimenea
se sienta a mear
aquel cuarto de mi costado
mientras observa el
río.
Nos gusta juntos
violar la paz de esta arteria,
nos gusta demonizar
esa franja fractal, ilógica
que sostiene
fielmente cada día milimétrico
a los numerosos
caleidoscopios de cuatros ruedas
que llevan traseros
sin sangre, a sus escuálidas paredes inmortales.
Por eso me considero
de lujos,
todos quieren posar sobre
las tejas pavimentadas de mi mansión
y claro está, les
encantaría poder salir de sus necesidades
y bajar a bajar la
fiebre de sus plantas
en las cálidas y
cafesosas aguas de mi jardín
que para el lector no
es ninguna novedad que le cuente
que recorre de la
punta de mis nevados senos
hasta la costa de mi
nacionalidad, infértil…
Considerando que la
extensión de mi epopeya
ya le hace pensar que
soy un poeta
recapitularé algunos
conceptos sobre mi mansión,
que si bien son
irrelevantes para usted
al perro que calienta
mis noches
le parecen dignos de
llevar a un ballet.
Estos aspectos,
matemáticos y singulares
los cuento para
esclarecer
que los lujos de los
que me rodeo
son básicamente
aquellos con que
logro saciar mi sed
de felicidad
¡Que manera de hacer frío
en mi mansión!
Esta felicidad con la
que me arropo ahora
suelto la escalera,
respiro de mi bolsa,
me despido de la Paloma,
le toco una presa,
acaricio al perro,
miro a mi techo y
me despido del mundo…
Mañana...
me traen comida.
Lacomida.
GAMO