domingo, 24 de junio de 2012

Mi Mansión


(Prueba de antipoesía 1)

Tras mi morada viven
un arrecife de inequidades,
unos cuantos perros guachos,
un kilo de harina húmeda
y los ojos inocentes de una niña que llora.

Suelo invitar a opíparos festines
y les alegro la vida a unos cuantos nenúfrares
que buscan la incandescencia del saber
y se arrugan cuando me ven comer

De la actualidad ya casi no conozco
mis dedos pedregosos y negruzcos
sólo hojean titulares amarillentos
en busca de ropajes extravagantes,
pues me considero un hombre de lujos.

Y de lujos creo vivir cada día,
mis brillosas rodillas, acanaladas de tiza y barro…mierda!
si, otra vez la Paloma se puso mis zapatos
y se fue caminando hacia la esquina
donde trabajaba mi madre

Recapitulando sobre mis lujos,
sobrio y acompañado viví mis años mozos
los deletreaba con gusto a chicha y sexo,
del bueno, de ese que no se paga
pero se agota y a veces
atraganta.

Solía coger con mis manos tibias
rosas rojas verdes
para acompañar el perfume de sus días
que evocaban en mi esa sensación pútrida
de saber que lo hago por instinto y no por amor

Más mi madre,
rubia por gracia y negra por clase,
siempre me cantaba cuando temprano a la mañana llegaba,
“cuando lo sientes en el pecho, guarda pronto la billetera”
de ahí, ya no tengo billetera.

Tal vez por esa zona heterogénea que buscamos,
y que mi madre bien conocía,
es que nos drogamos en formas inexistentes
que burlan aquellos parajes idílicos
mencionados sólo en las historietas
con las que suelo secar mis pies
después de la lluvia.

Y otra vez la Paloma…

A ella la conozco de cuando empecé, ruin y oligarca
la construcción de mi mansión,
siempre acude cantando herejías a mí
para saciar su sed de justicia
que se le atrapa en su pata coja
pérdida por caminar entre grasa de carreta.

Me persigue durante el sol
vuela junto conmigo, robando bolsas y peniques
y a la noche, cuando enciendo la chimenea
se sienta a mear aquel cuarto de mi costado
mientras observa el río.

Nos gusta juntos violar la paz de esta arteria,
nos gusta demonizar esa franja fractal, ilógica
que sostiene fielmente cada día milimétrico
a los numerosos caleidoscopios de cuatros ruedas
que llevan traseros sin sangre, a sus escuálidas paredes inmortales.

Por eso me considero de lujos,
todos quieren posar sobre las tejas pavimentadas de mi mansión
y claro está, les encantaría poder salir de sus necesidades
y bajar a bajar la fiebre de sus plantas
en las cálidas y cafesosas aguas de mi jardín
que para el lector no es ninguna novedad que le cuente
que recorre de la punta de mis nevados senos
hasta la costa de mi nacionalidad, infértil…

Considerando que la extensión de mi epopeya
ya le hace pensar que soy un poeta
recapitularé algunos conceptos sobre mi mansión,
que si bien son irrelevantes para usted
al perro que calienta mis noches
le parecen dignos de llevar a un ballet.

Estos aspectos, matemáticos y singulares
los cuento para esclarecer
que los lujos de los que me rodeo
son básicamente aquellos con que
logro saciar mi sed de felicidad

¡Que manera de hacer frío en mi mansión!

Esta felicidad con la que me arropo ahora
suelto la escalera,
respiro de mi bolsa,
me despido de la Paloma,
le toco una presa,
acaricio al perro,
miro a mi techo y
me despido del mundo…

Mañana...
me traen comida. Lacomida.

GAMO

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