A veces miro por mi
ventana
y te veo dulcemente
galopando
sobre los tiernos
bustos de nuestra madre
recorriéndola por
todos sus rincones
bañándola de alegre
melancolía.
Te miro mientras tú
me miras
desde lo alto de una
corona de algodón
y me recuerdas lo
pequeño que soy
frente a la gran
inmensidad
que tu bendito viaje,
surcando aves y hojas,
trae a las raíces de
mi fulgurante andar.
Eres la miel que
llega
para abrigar nuestra conciencia
y devolverle el
verdor del campo
que nuestras botas
arrasan sin pensar,
sin amar.
Eres el canto que
envuelve mis oídos
y remueve mis
entrañas con latidos
de un amor
incomprensible
hacia tanta belleza
que logras dar
con tus cálidos
colores de románticas anécdotas
firmadas y
acompañadas por tu suave acariciar
y tu húmedo deleitar.
Eres simplemente el clímax
de una conjunción
natural
que rodea los
misterios del hombre
y baña de lágrimas
las miradas de los
amantes.
De los que fueron,
los que son
y los que quieren
ser.
Eres la tinta diáfana
que golpea
la hoja seca de un árbol
de recuerdos
y rompe con su rocío
aquel silencio que
quedo guardado
en nuestros corazones.
Eres el alimento del
alimento
que nutre con
oraciones volátiles
aquellas consignas
que lanza el viento
para recordar que ahí
esta
que aún existe, y que
lo hemos olvidado.
Eres la memoria de un
mar recio
que busca recuperar
con su volar
aquello que le hemos
quitado,
la virginidad que le
hemos robado,
el respeto que hemos
dejado.
Eres, mientras te
miro
la sangre que llega
rauda
a los pies de la
orquídea insaciable
para darle un breve golpe
de agua
que la hará despertar
de su somnolencia.
Sibilante lluvia,
compañera de alcoba
te veo y me enamoro
me arropo y te
respiro
me inunda la calidez
de tu llegada
el reencuentro que
evocas.
Te miro nuevamente
desde mi ventana
y veo como me llamas
a escribir
susurrándome al oído
“Estoy aquí, y he
venido para recordarte
que los grandes,
también lloramos”.
GAMO