domingo, 8 de septiembre de 2013

A mi gato.


La simpleza de la vida
la veo corroída a diario
por inagotables ausencias y presencias
que rebotan de lado a lado
en los cántaros de mis pensamientos.

Son múltiples y llenas de vida
las razones por las que
no miro el ladrar de los perros
ni huelo los rayos de sol
como lo hace el.

A veces, simulo ignorarlo
para no agrandar más
su inalmacenable orgullo
que refuerza a diario
con sus miradas ostentosas y gallardas,
sus rasguños sobre terciopelos sin dueño.

Su caminar es digno e imponente,
cabalgante en cuatro patas flotantes
que lo llevan a despegar hacia su ventana,
a sus tardes en una ventana
que pueden llevarme a desear con ansias
su vista poder tener
para contemplar el poema que la vida es
cuando la miramos con ojos de gato.

Su orejas
 agudas y curiosas
se mueven acorde al entorno
buscando el origen de los tiempos
en un abrir y cerrar de sol,
ese sol que baña su espalda
al ritmo de las posiciones que toma al dormir.

Pero la corroída vida humana
llena de cuadros grises a pastel,
a ratos se olvida de lo hermoso
que es mirar una tarde en un balcón
o lo ameno que es gozar de la brisa
como lo hace el guardián nocturno
de los ojos en ranura.

Por eso nunca pierdo una tarde
sin acariciar con silenciosa admiración
el lomo condescendiente de un conquistador sin orbe,
emperador de las cosas simples y las verdades puras
como lo es y será
mi pequeño e indescifrable gato.

Federico Paz


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