Eran aquellas
trágicas lágrimas de la luna
que caían consonantes
sobre el frío farol
las que arroparon el
viaje de una noche
del sendero sin
huella.
Eran dulces y amargas
tiernas y amarillas
flotantes, marginadas
del rocío
fulgurantes sin
razón.
Meridianas en su
caída
y confluyentes en su sentir,
sibilantes en cada
paso recorrido
rugientes de pasión.
Eran aquellas
prodigas lágrimas de la luna
que aullantes rompían
un tímpano impuro
las que colgando en
vaivenes sinuosos de duda
cortaron las sogas de
un puente sin bordes
un mar sin costa, un
poema sin nombre.
Federico Paz
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